miércoles, 14 de abril de 2010

Merendola

Soy una de esas chicas a las que le gusta llevar muchas cosas en el bolso. Pero no cosas de chicas, sino cosas prácticas, que puedan servirte para cualquier tipo de percance.
En mi bolso, he llevado desde navajas suizas hasta destornilladores pequeñitos, siempre por funcionalidad, claro. Y confieso que en ocasiones, me han sacado de más de un apuro.

El mes pasado, revisando los cajones de mi casa, encontré lo que a mi bolso le faltaba, lo que necesitaba. Era un mechero con forma de pistola, imaginad las posibilidades. Podía dar fuego al chico ese que fuma y que tanto me gusta, podía hacer que jugaba a la ruleta rusa con mis amigos, o incluso podría dejar boquiabierto al camarero que en voz alta pedía un mechero para flamear su nuevo coctel. La diversión estaba asegurada y las posibilidades eran infinitas, ya tenía el bolso ideal. La perfección hecha bolso.

La semana pasada quedé para comer con un ex-compañero de clase, que ha venido a vivir a Madrid, porque ahora es actor. Quedamos para comer en uno de esos buffets céntricos de la ciudad. Mientras me contaba sus últimas andanzas, nos levantamos de la mesa a por comida. En el carro del bufett, un escalofrío recorrió mi espalda. Al volver a la mesa, me percaté de que mi bolso ya no seguía en mi silla . Rápidamente alcé la vista y vi a un señor saliendo del restaurante atropelladamente. Así que sin pensármelo dos veces, salí corriendo a recuperar mi bolso perfecto. No podían hacerme esto. Llevaba meses confeccionándolo, metiendo todo tipo de cacharros, siempre prácticos, en mi bolso y ahora un señor desconocido quería hacerse con él. Mientras corría detrás del ladrón, pensaba que quizás al llegar al restaurante y abrir el bolso para sacar un kleenex, pudo haber visto los destornilladores chiquiticos, las agujas y el hilo de coser.
Él realmente se dió cuenta del valor que tenía ese bolso. Yo corría como nunca, a pesar de estar cansada, hasta que al final el ladrón tuvo un descuido y tropezó. Toda la calle nos miraba. Le cogí del cuello y abrí mi bolso, saqué la pistola-mechero y apunté. Comencé a quemarle la ceja izquierda. El ladrón al percatarse de lo que estaba sucediendo, retrocedió como pudo y huyó. ¿Os lo podéis creer? Al volver al restaurante, mi amigo actor, ya se había zampado toda mi comida.

5 comentarios:

  1. Has dedicado un post a la merendola ¿Para cuando uno dedicado al almuerzo o al guateque?
    Hay tantos momentos gastronómicos olvidados...
    ¡Viva sandwich de nocilla!

    Chocolatissimo

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  2. Por cierto, que me encanta el sandwich de nocilla con ojos y feliz, sólo le falta ser bailongo!

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  3. ¡Tú por aquí, Pelysse!

    Es que ya no voy en metro...

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