viernes, 3 de septiembre de 2010

Mi primer quiché

Cuando era pequeña un sueño se me repetía noche tras noche, una y otra vez. Para contarles el sueño y que lo entiendan en su plenitud, tengo que ponerles en antecedentes.
La primera casa de mis padres era grande, con un pasillo enorme recubierto de gotelé. En un extremo se encontraba mi habitación, en el centro la habitación de mis padres y al final la salida.

Pues bien, mi sueño consistía en que tenía que salir de mi habitación, correr por el pasillo y salir. Así , sin ningún tipo de finalidad. A simple vista parecía fácil, pero había elementos que siempre se interponían. Al salir del pasillo, siempre corría porque tenía la sensación de que algo malo iba a pasar. Y nunca me equivocaba. La puerta de la habitación de mis padres se abría lentamente y salía Espinete, para no dejarme llegar hasta la salida. Siempre igual. Me cogía y se ponía a hacerme cosquillas. No eran unas cosquillas amables, eran unas cosquillas muy molestas y se notaba que Espinete iba a joder. Yo no aguantaba más, pero no podía pararle y desistía hasta que me mataba de la risa. LITERALMENTE. Moría en el suelo mientras le gritaba:
-Remátame Maricón!

Tras años soñando lo mismo, llegó mi gran día. El 40 aniversario de Barrio Sésamo. Iban a estar todos, pero a mi sólo me interesaba uno. Me las ingenié para conseguir entrar en el backstage, la verdad es que al ser un espectáculo solo para niños, la seguridad era mínima. Todo iba perfecto. Llegué medía hora antes para tantear el terreno. Llevaba encima todo lo que necesitaba para vengarme, esa noche iba a ser la mía. Las piernas me temblaban y la boca cada vez la tenía más seca. Decidí ir a tomarme algo. Mientras estaba concentrada en la barra libre, algo me rozó la espalda. Me puse muy tensa, me di la vuelta y ahí estaba él. Cara a cara. Me miró como si me hubiese reconocido. Llevaba tanto tiempo esperando la venganza que quise parar el tiempo en ese instante. Sabía que después de lo que le iba a hacer Espinete probablemente no sobreviviría, o quedaría inválido. Y sin pensármelo dos veces le cogí del cuello y comencé a hacerle cosquillas, sin parar. Al poco tiempo unos guardas vinieron y me inmovilizaron. Yo estaba exaltada, no podía parar de patalear. Me cogieron entre los dos y me arrastraron por toda la sala, mientras él me miraba desde el suelo, confuso. Me llevaron al calabozo y no es tan malo como lo pintan. De ahí mi tatuaje en el culo. Al poco tiempo me liberaron. Alguien vino a pagarme la fianza. Nunca sabré quien fue. Sólo sé que me dejó una nota en la que sólo aparecían unas siglas…

domingo, 16 de mayo de 2010

Galguerias

Odio las chicas que llevan el pelo corto. Es un odio visceral e irracional. No es nada personal, no se equivoquen, es sólo que me caen mal. Normalmente no me suelo complicar mucho con mis relaciones sociales, a simple vista, todos me caen mal y punto. Pero a las del pelo corto las tengo en mi lista negra, no entiendo sus recogidos ridículos ni sus coletas diminutas. ¿Pero qué se piensan? ¿Que nos pueden engañar? ¿Es que acaso creen que no sabemos que lo llevan corto?

Quizás mi obsesión provenga de mi infancia, como todos mis traumas. Gracias Mama.
Cuando era pequeña nunca llegué a tener el pelo largo, cuando me llegaba por los hombros, mi madre me llevaba a la peluquería y les pedía que me lo cortasen 4 dedos. Mi madre ponía sus dedos sobre mi melena, para darle mejores instrucciones a la peluquera. Siempre por debajo de las orejas, para no poder recogérmelo ni hacerme cualquier peinado extravagante que expresase mi inconformidad ante la vida. Parecía que mi madre cada vez tenía los dedos más rechonchos y que yo llevaba el pelo más corto. En mi infancia juré que cuando tuviese la mayoría de edad me dejaría el pelo largo. Llevo 3 años sin ir a la peluquería.

Mi trauma con el pelo corto no se limita solamente a mi propio pelo, en mi infancia también tuve la típica enemiga con el pelo muy corto. Era muy mala y sabía lo que se hacía. Todos los problemas que me causó de pequeña le volvieron a ella años después con una obesidad mórbida.

Estoy pensando en apuntarme a clases de peluquería. No es que me guste, es que tengo una ilusión. Quiero cortar el pelo a una peluquera. Aprenderé todos los tipos de cortes de pelo, capeados que existan. Aunque pienso que las clases no me servirán de mucho, no creo que tenga que saber demasiado, total, para hacerle a la peluquera una esvástica en la coronilla…

miércoles, 14 de abril de 2010

Merendola

Soy una de esas chicas a las que le gusta llevar muchas cosas en el bolso. Pero no cosas de chicas, sino cosas prácticas, que puedan servirte para cualquier tipo de percance.
En mi bolso, he llevado desde navajas suizas hasta destornilladores pequeñitos, siempre por funcionalidad, claro. Y confieso que en ocasiones, me han sacado de más de un apuro.

El mes pasado, revisando los cajones de mi casa, encontré lo que a mi bolso le faltaba, lo que necesitaba. Era un mechero con forma de pistola, imaginad las posibilidades. Podía dar fuego al chico ese que fuma y que tanto me gusta, podía hacer que jugaba a la ruleta rusa con mis amigos, o incluso podría dejar boquiabierto al camarero que en voz alta pedía un mechero para flamear su nuevo coctel. La diversión estaba asegurada y las posibilidades eran infinitas, ya tenía el bolso ideal. La perfección hecha bolso.

La semana pasada quedé para comer con un ex-compañero de clase, que ha venido a vivir a Madrid, porque ahora es actor. Quedamos para comer en uno de esos buffets céntricos de la ciudad. Mientras me contaba sus últimas andanzas, nos levantamos de la mesa a por comida. En el carro del bufett, un escalofrío recorrió mi espalda. Al volver a la mesa, me percaté de que mi bolso ya no seguía en mi silla . Rápidamente alcé la vista y vi a un señor saliendo del restaurante atropelladamente. Así que sin pensármelo dos veces, salí corriendo a recuperar mi bolso perfecto. No podían hacerme esto. Llevaba meses confeccionándolo, metiendo todo tipo de cacharros, siempre prácticos, en mi bolso y ahora un señor desconocido quería hacerse con él. Mientras corría detrás del ladrón, pensaba que quizás al llegar al restaurante y abrir el bolso para sacar un kleenex, pudo haber visto los destornilladores chiquiticos, las agujas y el hilo de coser.
Él realmente se dió cuenta del valor que tenía ese bolso. Yo corría como nunca, a pesar de estar cansada, hasta que al final el ladrón tuvo un descuido y tropezó. Toda la calle nos miraba. Le cogí del cuello y abrí mi bolso, saqué la pistola-mechero y apunté. Comencé a quemarle la ceja izquierda. El ladrón al percatarse de lo que estaba sucediendo, retrocedió como pudo y huyó. ¿Os lo podéis creer? Al volver al restaurante, mi amigo actor, ya se había zampado toda mi comida.